Mis pasos resuenan débilmente en el suelo helado mientras avanzo por el pasillo. Abro de golpe la puerta de la habitación, y me siento automáticamente en la silla mientras doy un par de toques nerviosos y rápidos al ratón, que descansa dormido y quieto sobre su alfombrilla. La pantalla se enciende un segundo después, iluminando toda la habitación con una luz blanca cegadora. Doy un par de toques al pequeño aparato naranja que tengo cerca de mí, pero no hay respuesta. Es lógico.
Doblo el cuello, y me dispongo a hacer un repaso por todos los sitios web que conozco y que me interesa ver. Minutos después, los tengo vistos todos. Compruebo de nuevo la lista de conocidos, que me vuelve a mostrar una vez más ante mis ojos que de dieciocho personas conectadas, no hay nadie con quien hablar. ¿De dónde salió toda esa gente que no conozco?
Y, de repente, entro en una especie de estado apático, una especie de sueño profundo que me deja despierta para que pueda ver la realidad reflejada entre luces de colores. De colores blancos. Todos blancos. Esta mañana volví eufórica, feliz y con ganas de hacer cosas, motivada, con la autoestima por las nubes, pero sin embargo, en la inmensidad de la tarde me encuentro caída sobre una silla delante de un ordenador, mirando fijamente la pantalla sin hacer nada. Esta mañana, la felicidad y la emoción me abstraían, me hacían verlo todo mejor de lo que realmente es; y lo peor de eso es que no tardo nunca en caer de nuevo en el pozo de la realidad y, como no, el pesimismo. Esta mañana…bah, ¿qué mas da? Retraté el día en mi mente como uno de los mejores de instituto en mucho tiempo, y no he tardado en desengañarme. Y en darme cuenta de que, esta vez, no hay nada referido con el instituto ni con la gente que hay en él que me haga sentirme mal. De hecho, no hay nada en ningún ámbito que me haga sentir mal. Entonces, ¿qué hago así? Me enfurismo conmigo misma por encontrarme de nuevo escribiendo alguna cosa deprimente y descriptiva que no merece la pena contar. ¿Qué importa? Nada importa ahora, salvo que son las ocho y media de la noche, y llevo toda la tarde sin hacer nada salvo pasarme por la caja y renovar un Carnet caducado desde hace tres años. Y, como siempre, contrasta con la motivación y las ganas de hacer las cosas bien que tenía esta misma mañana; pero ahora estoy apática, desganada, cansada y sin ninguna meta que cumplir.
¿Por qué me doy tanto miedo?
Tecleo lentamente mientras miro fijamente como cada letra va apareciendo en la pantalla, arrepintiéndome en cada momento de haberlas escrito. Pero las palabras fluyen de mi mente, y no puedo cortarlas porque, quien sabe cuando volveré a tener ganas de escribir. ¡Escribir! Ahora que lo pienso, debería hacerlo. Tengo tantas cosas a medias… pero, ¿para qué hacer algo sin ganas? ¿para qué obligarme a mí misma a hacer algo que supuestamente me gusta?
Rodeada de gente, simplemente tecleo, tecleo mientras no dejo de mirar la hora, y cada vez el último número ha crecido en un punto. Mi vista sigue fija en la pantalla, sin mirar nada, con la mirada perdida en el fondo blanco. No me daré la vuelta, no voy a cambiarla de dirección.

¿Y si me giro y me descubro sola?

Post corto para día intenso (tengo hambre!! mmm)